SUFRIMIENTO DEUDOR


SUFRIMIENTO DEUDOR 

Llevaba tiempo viendo a mi madre como un alma en pena. Tomando ansiolíticos, escondiendo sus lágrimas para que yo y mis dos hermanas pequeñas no lo pasáramos tan mal... Porque toda su vida se estaba cerrando en un agujero negro, en todas esas preocupaciones, responsabilidades: el colegio de mis hermanitas, mi curso de hostelería, con el que batallaba en mi mayoría de edad, para tener un buen trabajo el día de mañana y poderla apoyar en los gastos de la vida y tener algo de más dignidad. También lo duro de sentirme apartado por la sociedad, por un trastorno que me hacía tener unos días más precarios. Porque, tomaba medicación que me dejaba con una carga de química que lastraba mi emoción y el día a día me costaba mucho más que a otras personas de esta vida. 
Desde que se quedó viuda mi querida madre y con su trabajo de limpiadora, no podía hacerse cargo de la cuota de la hipoteca, ¡y sí no! No se comía, no había para nada de lo más básico, de poder llenar la mesa para comer, eso vital y tan necesario, sin dejar de lado la dignidad de que el poder trabajar sirviera para lo importante de la vida y sin suspirar sintiendo un halo precario, dejar de lado con impagos lo que era un combate perdido y endeudado a pesar del sufrimiento tan amargo. 
Empezaron las amenazas continuas, desde el banco psicópatas detrás de un teléfono le decían cosas terribles, la amenazaban con ponerla en la calle, de quitarle la vivienda, pero dejarle la deuda de por vida. Y es que ella se sentía asediada por cuervos de muy mala intención en su acoso malintencionado. 
Yo, nunca había sufrido tanto como cuando oía el llanto escondido de esa luchadora, que no se merecía ese asedio por parte de seres codiciosos, por parte de empresas que alimentan sus emporios con algo tan básico y tan fundamental para la vida, como es el hogar, el que no debería de ser usura para llenarle los bolsillos a los que son dueños de eso tan fundamental, el hogar, ese sustento para sostener al ser en su tranquilidad emocional. 
Qué decir, de esa decisión, de si vives o no vives bajo un techo, protegido y si tienes derechos de que no te pongan en la calle y te sientas un paria sin derechos, una basura a la que pisotean por no haberles pagado lo que quieren, por no pagar ese abuso con dinero, esa pesada losa que no mira, no tiene miramiento con la vida, con las familias, a las que desahucian hacia la miseria absoluta, el amor, las relaciones humanas no importan nada, solo es ganar y hacer crecer ganancias, por encima de toda moral y ética humanas. 
Porque si no tienen lo que quieren, vienen y golpean las puertas, tiran abajo la honradez y se llevan por la fuerza la esperanza de los que no pueden pelear, porque es tanto el peso de la amargura, de los que están ahogados en deudas, golpeados con furia que rompe el alma y los deja totalmente a la deriva, varados en ese sin sentido, que no da derecho a un hogar y a un camino honorable, básico, como es estar a resguardo del frío, teniendo la seguridad que no van a llegar y te van a empujar a la pobreza y su vacío, por ese codicioso desvarío de la humana codicia y su intolerancia y totalidad que desprecia al que no tiene, por el simple hecho de estar en la lista negra de los pobres, los de recursos limitados, atacados y llamados morosos, los no aptos y a los que hay que amenazar y obligar a pagar, pagar por los intereses de los bancos, esos buitres enormes que picotean hasta el último suspiro de intentar ponerse a salvo...
No es solo un desahucio, es arrancarle la vida a la familias, su respeto de crecer con su amor a resguardo.
Yo seguiré al lado de mi familia. Y en cuanto pueda trabajaré sosteniendo mis heridas, porque tengo el deber de aliarme con la digna verdad de que vivir no es causa de negocio y manipulación, soterrando los derechos de vivir en paz, suspirando libres de esa codicia que ataca el respeto de toda vital dignidad. 
Sin casa y su techo, las personas somos engullidos por la miseria y su precariedad, vamos a la deriva de lamentar en el camino, bajo la intemperie del abandono y el absoluto padecimiento, por ese codicioso maltrato sin respeto ni derecho a un hogar que nos sustente con algo de alivio, solo es poder al menos, resguardarnos del acusante e incisivo frío. 

POeT@ Intemporal ©.
Miguel Ángel Pérez Salcedo

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