ME LLAMAN, INFANCIA


ME LLAMAN, INFANCIA 

Mi nombre, no es Luka, pero podría serlo.
Soy uno más de esos, de los que su infancia rompieron, pasando de niñez al más oscuro secreto, siendo herederos de la maldad absoluta de unos seres perversos.

¡Y no! No he repetido en mi vida hacia otros ese infierno.
Jamás le haría a otro niño o a otra niña pasar por mi misma agonía.

Da igual mi nombre, es indiferente como a mi te dirijas, porque soy otra cifra de esa terrorífica estadística.

¡Y no! No estoy solo hablando de mis heridas, también quiero que sea sabido de esa violada ternura, ese mancillar la inocente primera etapa de la vida.

¡Y! Solo es explicar un comienzo, el que marcó el resto de mis días.
Estoy llorando en versos, tanta maldad volcada en las miradas, dañando lo frágil que aniquilan, esos que disfrutan siendo infanticidio de lo más preciado del individuo, la infancia que asolan y es el lamento que lastra al que deshonran su destino.

¡Y no! Nadie sabía lo que sufría, lo que dolía ese primer descubrimiento del camino, andando sometido por carroñeros de la inocencia de niñas y de niños.

¡Y no! No he hecho lo mismo, aunque sé de otros que repiten el patrón de desgarrar por haber sido destruidos, porque les quemaron su capacidad de amar y el amor para ellos perdió todo su inocuo sentido.

¡No! No los culpo, porque sé de que se trata, gritar al tener oprimiéndote el crecimiento personal, con un trauma que generan los sedimentos sin piedad.

¡Y sí! Hoy con la mayoría de edad, puedo y nada ni nadie lo parará, se ha de saber, que fui un crío que gritaba el peso de los malnacidos y malditos, sentenciadores del mañana, por grabar en las tiernas almas, ese fuego voraz, ese someter, violentar, ese desgarro que habré de soportar, ¡cómo tantos...! Esa culpa que me tatuaron con mi propia sangre, 
esa de un infante que solo deseaba aprender, un diáfano amar y jugar sin que por dentro me ahogara tanta hallada crueldad.

¡No! No me llamo, Luka, pero si lo deseas, me lo puedes llamar.
¡Yo también soy él, soy un alma a la que la memoria le duele, como a tantas infancias que aún hoy ese daño ni aceptan ni entienden.

¡Y no! Ya no sufro los gritos de mi ayer, he zafado ese lamento con remiendos de ese amor, el que por suerte existe también.

¡No! Amargarle a un niño su comienzo, dándole palazos en los huesos, no es enseñar y que se haga más valiente por dentro, pues lo que perpetúa, es esa losa de desconcierto entre amar y sentir el alma amada y sin usos con oscura verdad velada, tras esas mascaras de seres que destruyen, dañando con actos en la infancia, condicionando el futuro de sus mañanas.

¡Y sí, sé que es doloroso versarlo de esta manera, pero quizá, es de la única forma que se comprenda!: ¡qué nadie se ha de apoderar de la senda de una consciencia, rompiendo la vida que merece y empieza!...

Me llamo, ¡llámame, crudeza!, me pusieron el nombre que lleva una niña o un niño, que cargan su principio amargo a cuestas.

No me llamaron, Luka, pero él soy yo, él es tantos pequeños creciendo en una vida, en una historia que ya les empieza procurando sobrevivir con el dolor aullando en sus cabezas.

Aquí queda este poema, algo más de lo duro que ocurre al encontrarte con los que desean grabarte, marcarte para toda una vida, eso que eligen, someterla, condenarte, ponerte la condena, su sentencia en tu sencilla inocencia. 

Mi hoy es recuerdo en vivas ascuas, pero intento no acercar demasiado el alma, para no fulminarla y con aquello tan terrible terminar de quemarla. 
¡Recuerda si me llamas! Que mi nombre, se llama, infancia. 

POeT@ Intemporal
Miguel Ángel Pérez Salcedo ©.

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