MERECIDA CRUELDAD
Conversaban algunos dioses: «¡dejad a los hombres!, ¡dejad que caminen y que se equivoquen! No han de ser más qué vehículos de espirituales ardores. ¡Dejad que los hombres lloren!».
Entre ellos un Dios a su hijo propuso: “lo mandaré a caminar, con un muy pensado discurso”. Y en las tierras de jardines y robles, estuvo creciendo de niño a hombre, aquel que fue el Redentor, mostrando que la relación entre la prole es a base de rencores.
Aquel señor creció y tuvo que tomar decisiones a falta de satisfacción de menos dolor y más amores.
Llegó a una conclusión con el apoyo de su padre celestial, ese que promulga predicción y todo lo puede alcanzar.
A la edad de treinta y tres años se sacrificó para hacer entender, para clarificar: «¡Qué si se nace para ver arder, el fuego al final todo lo cubrirá!».
Y en su camino por hacer ver la verdad, se dejó la confianza quemada por aquellos que solo sabían devorar.
Y al callar para siempre y dejar una memoria deshonrada, solo quedó un cielo que les podía salvar...
Pero lo que aún no saben ni sabemos, es que aquellos dioses jamás a su lado un lugar nos darán, tan solo iremos danzando por caminos devastados por creernos consagrada superioridad.
Y el símbolo, de aquella cruz clavada en la tierra negando un mensaje que todo lo podía cambiar, fue es y será lo más cierto que tenemos: «qué deseamos enfrentamientos, por tanta terquedad, de tanta falta de buenos sentimientos, por gozar con otra felicidad».
Autor: Miguel Ángel Pérez Salcedo
POeT@ Intemporal.
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