JAMÁS...


JAMÁS… 

—Dime algo… —dijo él con un dolor inconmensurable—Quiero oír de tu voz que por lo menos no me odias. 
—¡No!, no te odio. Pero el haberme engañado me ha desvelado la poca lealtad que le tenías a nuestra historia. Me ha demostrado que mi futuro no está con alguien que destruye, que arruina y pretende que la vida siga igual, y que la confianza no se hunda para jamás volver a reflotar. ¡Déjame pasar, apártate!, y no me vuelvas a buscar. Mi corazón sanará, y sé que volverá a amar. Pero tus recuerdos siempre arderán, cuando revivas la aniquilación que le diste a algo que podría haber brillado en el cielo, podría haber sido la estrella más luminosa del universo. 
Él se quedó quieto, mientras ella se iba poco a poco alejando. Se oyó un estruendo y, ella se giró: allí a varios metros estaba él, el que fue su amor, estallando la cabeza contra una pared recia por su solidez de cemento armado. Allí se quedaba dejándose los sesos el que no supo cuidar al alma que le entregaba la más preciosa calma, la paz que nunca volvería a encontrar, en lo que su espíritu navegara en toda la inmensidad. 

Autor: Miguel Ángel Pérez Salcedo 
POeT@ Intemporal ©.

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