PAN Y AMISTAD




PAN Y AMISTAD 

He sacado un rato para escribir un pequeño relato. Esto va de dos niños que jugaban en un parque. Siempre llevaban la merienda en una bolsa atada al cinturón, merienda preparada por sus madres con cariño y amor. Jugaban dos o tres horas y se sentaban en un rincón, en una esquina de ese parque que tanto bien les hacía y tanto gozo les hacía sentir cada día. 
Eran niños, eran ilusionados recientes viajeros que habían venido a este mundo para aliviar su espíritu cansado, pero también fuerte y recio por tanto en lejanías vivido y realizado. 
Crecieron y se hicieron dos hombres de provecho. Siguieron con su amistad, esa que era como una luz que los unía, pues se sentían viajeros enlazados por la unidad más bonita, la amistad más eterna que existe: el apreciarse y sentirse uno igual al otro como alas del mismo cisne. 
Hicieron familias, se unieron en un amor y en una armonía que envidiaban todas las miradas llenas de codicia. 
Ahora son viejos amigos y están siempre en el parque echándole de comer a los pajarillos: sus recuerdos y algunas migas de un pan endurecido por el tiempo, pero que todavía guarda su nutriente más alimenticio y verdadero: la bondad y el camino mutuo y unido. Un apoyo que como la masa madre le da al pan recién hecho su disfrute al paladar, la amistad le da eterna lealtad al continuo caminar, pues al irse uno u otro la vida continúa, ese aroma en el aire persiste, de lo que fue un destino de amor y buenas encontradas caricias. Esas miradas envejecidas ya saben que el maestro les tiene otro camino, otro destino para caminar juntas, unidas y enlazadas esas viajeras almas de luz preciosa y bonita. 

Autor: Miguel Ángel Pérez Salcedo 
POeT@ Intemporal ©.

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