RELATOS

BRILLO EN LA VENTANA 

Ella siempre en las noches miraba por la ventana al cielo. 
Recordaba a su amor, ese amor que esperaba fuese eterno. 
Tenía la ilusión de algún día cuando se marchará volver a tenerlo, volver a amar su cuerpo, mirarlo otra vez y sentir ese amor tan pleno. 
Mientras tanto en esas noches ella lo iba recordando… 
Una pequeña luciérnaga se posaba en la repisa de la ventana y con una luz tímida y que parpadeaba caminaba, y solamente podía pensar que la quería tanto, que la amaba con toda su alma. 
Por qué..., aquella luciérnaga era el amor que se marchó de sus días, que la dejó con algo de pena dentro, con el alma agotada de pensarla y de siempre desear un nuevo encuentro. 
Entonces la luciérnaga comenzó a volar rápido frente a ella, en una noche que miraba ese cielo donde imaginaba que estaba con su amor verdadero. 
Y en esos veloces movimientos comenzó a crear letras de luz, y ella con una gran inquietud y sorpresa, empezó a ver delante suya frase que le decían: 
«Soy yo, mi amor, mi riqueza encontrada en la vida que ya atrás quedó. Soy yo, ahora soy una pequeña luciérnaga con tu luz de amor en mi interior. Ahora estoy aquí solamente para vivir una vida corta, solamente el tiempo en que tú tardes en irte y en volver para que los dos vengamos juntos en este o en otro existir, para seguir amándonos, para seguir disfrutando del amor y de todo lo que tenga que venir… pero juntos los dos, entrelazados. 
»Puede ser que ya no recordando otros momentos, otras vidas, pero estoy seguro de que seremos una unión otra vez de alegría, de amor, de pasión, de felicidad, de dos almas que se brindan su vida. 
»Y ahora cada vez que mires por la ventana volaré en frente de tu mirada y te diré lo que te amo, y te diré que esperaré a ese momento en que pases al otro lado para volver a brillar junto a ti, y ser de nuevo un amor y ser de nuevo dos otra vez, dos enamorados, que en la eternidad tienen su verdad y sus versos, y sus pasiones y todos sus sueños entrelazados».

RODEADO DE CAMINOS 

Una cama. En ella yace alguien en pleno sueño. Lo tiene atrapado, está viajando con la mirada cerrada. Viaja y camina por unos caminos que le llevan a un punto céntrico, en algún lugar de esa imaginación alada de su interior, de sus entrañas mágicas. 
Pau se llama, y él está pensando en el interior y en lo profundo de esas fantasías, en las que se haya transitando: 
«Vaya cuántos caminos: uno de baldosines rojos, otro de verdes piedrecitas, otro de azules y otro de oscuras… pero con una textura arreciada por el tiempo, se ve antigua, se ve de hace tantas lejanías, ¿no sé cuál coger?, ¿y si cojo esté tan añejo?, ¿dónde me llevará?, ¿si cojo el otro o este o el de más allá?, no sé… estoy dudando tanto que mi interior creo que va a estallar. Cogeré esté tan antiguo, este algo arenoso de piedra arreciada por el tiempo, y a ver qué ocurre cuando lleve unos pasos, y a ver que me voy encontrando por este sendero». 
Y Pau comenzó a andar, y poco a poco iba cansando su cuerpo, su físico se iba lamentando, pues tantos pasos iban desgastando su fortaleza y su juventud de buen deportista. Porque a él le gustaba tanto correr cada día al levantarse en la mañana, aunque él no sabía que estaba sumergido en un sueño, ni siquiera se le había pasado por ese inconsciente en el que se hallaba, en un tránsito de una imaginación ensoñada. Se decía con calma en su profunda dialéctica pensada: 
«¿Qué, a dónde me rebabarán…?»
Y en esa senda de piedra antigua y lejana fue paso tras paso avanzando. Pau se iba preguntando una y otra vez: «¿esto no termina?, ¿cuánto tiempo llevaré?, ¿cuántos pasos se debe dar para llegar a ese lugar donde quiera el destino que acabe por enlazar mi tiempo, con la buscada y ese encuentro de realidad?, ¿y si lo hay, oh, y si lo puedo encontrar?, ¿qué será, qué será lo que me aguarda en este camino de antigua brisa donde piso suspiros de rocas perfiladas, de lluvias y tormentas, y segmentos de otros zapatos que por allí viajaron y dejaron huellas, otros que las anduvieron, que pisaron este sendero preciso en antaño?, ¡sí! De lejanos momentos de tránsito, acción precisa de otros con este camino en encuentro». 
Y en el camino Pau encontró una caja, paró ante ella y la miró asombrado, bajo sus manos y la abrió. Era una caja de madera, también se veía madera antigua y tenía alguna grieta. Al abrirla de ella salió una luz. Pau cogió y metió su mano, y al meterla le vino de pronto un estallido de recuerdos, de pensamientos que iluminaban su mente y a otro lugar lo trasladaron. Abrió los ojos en una esquina, y era una habitación cuadrada con paredes blancas y techo, y estaba encerrado aislada su presencia y el alma tibia. 
Y al abrir su mirada comenzaron a aparecer de pronto, a los pocos instantes de estar allí, en aquel cuarto blanquecino de una luz que alumbraba tanto que estaba él sintiendo miedo, que estaba sintiendo frío y una sensación de que era un ser que se sentía antiguo. Y en su mente comenzaron a dar vueltas situaciones, vivencias, emociones de tantas veces que estuvo en su vida rodeado de seres queridos, que se habían ido, se habían marchado, y el grito:
—¿¡Estáis aquí, habéis regresado!? 
Vio a su hermana, una niña de catorce años, que murió atropellada en una carretera cerca de su barrio. Era la que fue su querida compañía y una amiga muy sincera. Era una gran y leal compañera en los días cuando él vivía de joven con su familia. 
Y su hermana le dijo mirándolo: 
«Hola Pau, tranquilo solo estás soñando». 
A lo que él le contestó:
—No, no quiero que sea un sueño, quiero poder abrazarte, poder vivir a tu lado, como lo hacíamos cuando éramos pequeños. No quiero que esto acabe por favor no me digas que es un sueño. No quiero que sea así, quiero que estés conmigo otra vez y querernos de nuevo. 
Al lado de su hermana estaba su padre con un rostro risueño, y le dijo unas palabras entonando una voz melódica y muy clara, con una melodía que sonaba a amor y dulce cariño. Porqué sí, él y su padre se querían tanto, tenían una comprensión y algo anidado cada uno en el corazón, y un sentimiento de respeto y algo que va más allá de la adoración. Y su padre le cogió de la mano y le dijo: «querido hijo, lo que dice tu hermana es cierto, esto es un sueño, pero el sendero antiguo te ha traído. A lo que viviste, y a lo que tanto añoran tus adentros». 
A lo que Pau le contestó: —no puedo creer que esto sea solamente un tránsito de algo que acabará al despertar. Quiero que esto sea para siempre, no quiero dejar de sentir tanta felicidad. 
El padre cerró los ojos y le soltó la mano. 
Al lado de él había un buen amigo que perdió Pau hace muchos años, pues ese amigo era bombero, y en una de sus acciones en el trabajo, cuando quiso salvar a una persona que quedó atrapada en un hogar, y las llamas eran tan fuertes que no pudo superarlo. 
Salvó al hombre, pero trago tanto humo que acabó muriendo ahogado. Y este amigo lo miró, y en unas carcajadas siguiendo el ritmo, silbando el principio de una canción que en su letra decía: «no verás más allá de la senda que camina tu alma, pero serás feliz si moldeas tu pensamiento y no le das vía libre a la rabia, y al desconcierto de las ideas y los desvaríos de la mente y su preciosa libertad. Que a veces el encanto de la vida en realidad difumina por no saber guiarla» 
Pau le dijo: —Roberto esa canción nos encantaba, esa letra nos apasionaba tanto como cuando leíamos poesía juntos en la biblioteca y al salir comentábamos los poemas que habíamos leído, y los autores que descubrimos juntos en aquellas tardes de estar llevando la amistad más allá de un suspiro de compañía. Porque tú y yo éramos lealtad y más que amigos, éramos casi familia. 
Su amigo Roberto lo miró, y alejándose unos pasos de él le dijo: «ahora volverás a estar despierto, pero es tan bonito esto qué te ha pasado, que lo recordarás por siempre y sabrás que nunca hemos muerto, que siempre hemos estado y estaremos viviendo y brillando en tu interior, siendo luz y una felicidad en tus adentros. Porque somos parte de ti, somos el amor de tantos y tantos preciosos recuerdos». 
Y así fue, Pau despertó, y al despertar tenía el rostro húmedo, pues no había dejado de llorar en aquel sueño tan intenso de una gran felicidad, y a la vez un cierto rumor de pena y tristeza, por saber que solo había estado soñando, que solo había sido un soñar aquel volver a ver a los que había amado tanto. 
Pero Pau se quedó con lo que le dijo su amigo, en el último momento antes de abrir los ojos y ver la luz de la mañana, y darse cuenta que todo volvería a ser como antes. Seguía solo en una casa, con un trabajo, con su querida mascota, su precioso pastor alemán, su aliado. Pero sabía que aquello que le había dicho su amigo no era algo vacío, pues siempre tuvo en su cabeza, en sus pensamientos, en todo su camino la sensación de que el amor lo llevaba dentro, y que siempre quedaría en él, en sus adentros el amor de los que lo amaron. 
Y él cree, y el creer, eso le da las alas para poder amar la vida con más sentimiento. Y que los hallará, ahí, siempre en su pensar, siempre lo sigue creyendo: que lo aman donde estén… 
Porque las energías una vez se han conocido y se han sentido, las enlaza algo mucho más fortalecido y apasionado que cualquier camino nuevo en cualquier vida, en que vuelvas a nacer y tengas que un camino antiguo transitar y caminar hacia una vida, para ser alguien que pueda recordar, pues todos llevamos dentro momentos, emociones sentidas, vivencias con gente, con familia, con amigos que se fueron un día. Pero como le dijo Roberto: esto siempre lo llevarás contigo, y él supo que de su interior, que jamás perdería lo que sintió, eso era el amor que le haría seguir más fortalecido y con más ganas de tener vida, pues sentía que volvería a reunirse con el amor y con las maravillosas caricias que un día perdió físicamente, pero que en su alma viven y él tiene la creencia que volverá a tenerlas a sentirlas, y a percibir ese amor tan fuerte. 
Un sueño de planteamientos, lo que pasó en aquella noche fue algo que le quedó dentro, que le hizo sentir… fue un mensaje que le trasladó a la idea, al nacimiento de una nueva emoción para seguir caminando y entregándose a los otros, y dando amor a doquier, por todos los lugares que camine, a todas las personas que conozca. Y así también protegiendo de los malvados a los que carecen de fuerza y se dejan llevar… porque las máscaras existen. Pero Pau sintió que tiene la potencia y el fuerte aprecio y apoyo, aunque sea energéticamente de los que quiso y fueron recuerdos que hoy le dan el amor propio, y la autoestima para seguir siendo una gran persona, un espíritu que apoya a otros, y que se entrega por encima de todo al amor y a la comunidad, y al enlazar qué es la unión de ser personas que aman sin rechazar. Y que las almas sean incluyentes por encima de todo. 
Alejarse de todas las maneras de despreciar, no desviar el amor que tiene por los demás seres, pues aquel sueño le hizo ser más noble y protector de los que temen y no esconden intenciones de romper corazones. 
Fue un sueño que le alumbró, en el que se percató de que todo el amor sigue anidado en él, y que nada de lo que sintió se marchó, ni se fue… 
Y así es más prendido de alegría su ser, más bella su energía en el camino, sabiendo que algún día, en algún momento el amor regresa, y que sentirá y que puede llegar otra vez a tener en sus pasos la fuerte riqueza de abrazar de nuevo a los que se marcharon, y percibir otra vez el amor que estuvo con él, y que a su lado navegó y siempre le hará tener un buen hacer y dar luz en los caminos, estos que a veces se pierden en oscuridad. 

RELATO DESTEÑIDO 

Y ahora qué cae la lluvia Rodrigo sigue mirando al espejo, y no se ve en él. 
Y ahora se dice así mismo: «estoy mirando algo a alguien, creo que soy yo, creo que estoy pensando y el mismo reflejo de ideas de complementadas maneras de buscar palabras, para buscar soluciones y descifrar dudas» 
Rodrigo solo puede plantearse: que es como una simple gota que cae de lluvia en un charco, que se va complementando por ella misma y así piensa que es él, qué es algo que solo puede estar ya, avanzar con dudas, malestar y algo de alegrías. Porque Rodrigo siempre se pregunta: «¿qué es la felicidad?, ¿la he sentido alguna vez?, ¿estoy completo como ser humano, sabiendo lo que ocurre, sabiendo que todo está en una equivocación, que vamos caminando equivocados, y todos nos miramos en los espejos y dudamos?: sí hemos venido para hacer algo bello…
Y ese hombre solamente es una imprecisión en lo diario en lo que transita como cualquiera de vosotros, ¡sí vosotros! Los que leéis esto y siempre os preguntaréis y lo haréis siempre: ¿a qué venido, estoy para esto… cómo puedo mejorar lo que hago en esta tierra?, ¿podéis mejorar lo que hacemos?, ¿mejorará el cambio, si ese llega, si nos lo proponemos? 
Rodrigo, un ser más caminando, abrigado cuando tiene frío, calentando todo el ambiente para sentirse tranquilo y con algo de paz. Porque también lee libros, algo de poesía y se explica así mismo, entre metáfora y metáfora: que la vida es un reflejo de imaginación, que se complementa con un deseo y un sueño qué transformamos en palabras algo cifradas, dan lo verdadero de seguir viviendo y nada más que una persona como esta, como este chico que no llega a veinticinco años, que siempre está mirando en cualquier escaparate su cara reflejada, y siempre está preguntándose: ¿dónde acabará, hasta dónde llegará y cuál es el propósito del destino para mi alma? 
¡Ya! Rodrigo solo sigue en la calma del que sus respuestas no puede hallar. 

AL ACABAR LA FERIA 

Alberto había terminado de trabajar en las fiestas, en la feria de Ceuta. Ya había cogido su camión y se dirigía para embarcarse, para pasar a la península, y seguir recorriendo los pueblos de España en ferias y en esos conjuntos de aparatos, donde la gente se alegraba y disfrutaban un poco de la vida, quitando las penas y quemando un poco de angustia espiritual con adrenalina. 
Paró en una estación de servicio y como siempre en cada año hacía revisó el camión, porque él sabía que a veces se colaba algún chiquillo, algún marroquí que quería un futuro mejor. Y mirando el camión por todos sitios vio lo que parecía una pierna y pensó: «creo que esta vez sí que tengo un polizón. Le gritó que saliera, entonces se fue dejando caer del interior del entresijo mecánico del camión un chico, no llegaría a los trece años. Alberto se tocó el pecho y dijo su nombre y le preguntó: —¿y tú cómo te llamas? El chico no sabía español, pero tenía una mirada sin futuro sin esperanza y con la ilusión brillando en las pupilas, como una mariposa que vuela en busca de la flor más preciosa y por ella más amada. Alberto le hizo señales con la mano de que lo siguiera, y lo invitó en el restaurante a una comida abundante. El chiquillo repitió de postre dos veces. Era difícil la comunicación entre ellos, pero Alberto con su móvil y el traductor pudo tener una breve conversación con aquel chico. El chico solo le explicó: que su madre le dio un beso y un abrazo esperanzador, para que hiciese un futuro de más felicidad y más prometedor. Alberto esbozo una sonrisa y de sus ojos cayeron dos lágrimas, porque él también tenía un hijo de la misma edad de aquel chico, y sabía cómo padre… también deseaba un futuro prometedor y una vida mejor y que nada le faltará. 
Al acabar la comida salieron él y el chico, por el móvil traduciendo Alberto le dijo que no podía ir con él, que se jugaba una multa y que no podía asegurarle nada, ni seguridad, ni que llegara a la península, porque lo podrían retornar o que acabaría en un centro para migrantes, y que seguramente nada con lo que soñaba se haría realidad. El chico le habló al móvil y el traductor dijo estas palabras que Alberto escuchó atentamente sin perder ni un ápice de atención: «solo déjame ir, solo ayúdame a pasar al otro lado. Yo continuaré, pero gracias a ti podré tener quién sabe a lo mejor un futuro, una vida mejor, una familia, un trabajo. Alberto lo pensó durante unos segundos y lo subió en su camión, lo escondió entre mantas en la parte de atrás y viajaron juntos a la península. Y al llegar allí se despidieron con un abrazo y el chico puso rumbo a un futuro incierto, pero con el recuerdo y con la alegría de saber qué hay personas buenas, que te dan la posibilidad de emprender tus pasos y llegar a tener una vida mejor, y un destino para seguir soñando y ser feliz, y poder así un día regresar a casa y abrazar a la familia y ayudarles para que también tuviesen algo de dicha en sus vidas. 
Pasaron treinta años, Alberto estaba en su casa y hacía mucho que dejó de trabajar, estaba muy enfermo, tenía demencia, sus pensamientos eran una maraña que no tenían entendimiento para su propia mente, que en una tormenta se encontraba continuamente. Su hijo estaba casi siempre en casa con él. Y un día vinieron de una residencia y lo llevaron para que fuera su hogar, su nueva vida empezaba. Lo que él no sabía que allí encontraría a aquel niño árabe al que ayudó y le dio un futuro y un destino mejor y lleno de esperanzas. El chico ya tenía una edad considerable, tenía treinta y nueve años. Alberto era anciano y dentro de su delirante cabeza reconoció a aquel chaval y mirándole a los ojos le dijo, cuando estaba en el salón sentado en su silla de ruedas y se acercó el chico para darle la merienda: —¿te acuerdas de mí? 
A lo que el chico contestó: —¿qué dices Alberto?, ¿estás bien?, la merienda no la has tocado, ¿no tienes hambre? 
—¿Qué si te acuerdas de mí? 
—No, ¿por qué tendría que acordarme de ti? 
—Yo soy el feriante que te recogió y te ayudó a pasar a la península. 

El chico se echó las manos a la cabeza y dio un grito de alegría, lo abrazó con fuerza y le dijo, que ya era el momento de pagarle la deuda, que mientras él trabajara allí de nada le faltaría, y le haría los últimos tiempos felices, y con mucha alegría. 
Al igual que Alberto ayudó aquel pequeño hacía años, en el presente cuando él más lo necesitaba apareció de nuevo, el destino lo puso en su camino otra vez, el bien que hizo en un pasado que volvía con más fuerza para abrazarlo y darle la suavidad y las caricias que necesitaba en el ahora cuando su ser más ansiaba tener un consuelo y un abrazo cálido y cercano. 

AL LADO DEL MAR 

En un pueblo pobre pero muy marinero, vivía un hombre que hizo realidad su sueño: compró un barco y lo hizo barco de recreo. Y en aquel barco montaba pequeños a infantes que soñaban con ser mayores y buenos hombres de provecho. Y Gregorio los paseaba, cobraba muy poquito dinero por la entrada a ese barco de fantasías y en paseos en el mar. Los niños disfrutaban y se alegraban y vivían alegrías, emociones mirando las olas y soñando con que eran capitanes y eran piratas que luchaban, y al abordaje de sus destinos siempre iban con aquel recuerdo del barco de Gregorio en sus mentes, como un pensamiento de felicidad, de una infancia que fue mejor y más aliviada, por un marinero de mirada hermosa y con el alma entregada a la niñez y su manera de encauzar el mundo, mejorada por la plenitud de un espíritu como el de Gregorio, que solo se daba y se entregaba para alegrar momentos y crear recuerdos en aquellas tempranas almas. 
Ese hombre de conciencia entregada y algo de docencia en su tránsito, algo de vocación en su espíritu para entregarse y mejorar en lo que pudiera la vida, y dar alas y más encanto a esas sendas tempranas, algo hermoso que recordarán. Porque Gregorio siempre les leía a aquellas criaturas relatos de libros, que aunque nadie lo sabía él escribía en soledad en sus viajes, cuando no trabajaba por la mar, esa maravilla del mundo que él tanto amaba. Y siempre les contaba esas historias que llevaban moralejas y tenían encuentros con reflexiones, para que los niños estuvieran muy atentos y pensarán que la vida está llena de indecisión, de caídas, de alegrías y de momentos que nunca se olvidan. Porque el destino va dejando huella, pero hay huellas oscuras y algunas también brillan. 
Y así transcurrían los días de aquel hombre, aquel paisano de un pueblo marinero y tan salado. 
Los niños hacían cola y siempre hacían paseos de una hora y todos reían y disfrutaban de Gregorio y de sus historias. 
Pasaron algunos años Gregorio seguía llevando a los chiquillos contándoles cuentos y disfrutando de esa belleza de la timidez y lo hermoso de la fragilidad de la infancia. Pero un día estaba limpiando su embarcación y cayó al mar, no pudo resistir en medio de aquel agua turbia, pues en el puerto ya se sabe que hay barcos y a veces hay fugas de gasolina, los carburantes son muy tóxicos y los trago, pues no podía luchar por nadar, no tenía fuerzas. Hacía tiempo que arrastraba una artritis muy fuerte y se hundió. 
Al día siguiente los niños esperaban detrás de la barrera de madera en el puerto. La embarcación estaba cerrada, Gregorio no había vuelto. Uno de los niños se dirigió a todos los demás y les dijo: —estoy seguro de que Gregorio se ha marchado, se ha ido en un velero en busca de más historias para venir y contarnos más bellos relatos, y que sigamos disfrutando de la imaginación y de esas historias creadas para que crezcamos llenos de fantasía y de ilusión. 
El recuerdo que quedó en esos niños fue la mejor de las herencias que podía dejar aquel hombre en la vida. Fue el mejor legado que le dejó al mundo, todo el cariño y todo el amor entregado a una educación, para unos niños que se llenaron de la imaginación de un hombre bueno y con una gran dedicación a los otros seres del mismo camino y sendero. 

Autor: Miguel Ángel Pérez Salcedo
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