CALLEJÓN HUMANO



CALLEJÓN HUMANO 

Yace mordida una manzana sobre la tumba de las vanidades. 
Ya no están arrancados los pecados por las tuyas, tus manos clavadas en un madero manchado de involución, que da el sesgo a la igual emoción. 
Son de ellos tuyas verdades, sordas ciertas que ya no se oyen. 
Ya solamente se acabó, y el último aliento en los suspiros del que siempre decía y era el que rezaba, y era el que a él mismo se creía tan vivo y tan apreciado por los mismos, que hoy en día banalizan el estado del bello acierto: de seguir vivo, no es más que una incompleta decisión de un camino que va en contra de la verdad: de apreciarse a sí mismo. 
Porque es una red que lleva a la soledad en un laberinto de información que trae oscuridad al corazón. 
Está ganadora la expulsión de la paz, se da lugar al material ganado, y así consumir aleja el cielo donde volaba la belleza de darse y entregar algo más que pulcritud, de lo que solo crea un adicto sometimiento, roto deseo de incluir aprecio, y no rasgar al amor propio, desolado por el material sombrío, falta de calma y adiós al amor que alza la vida a ser apreciada. 
Los que empujan son esos que siempre pecaron en lo mismo, que siempre le dieron el golpe a la certeza de saber: ¿si inteligente es ser humano? 
¿Qué tropieza?, ¿son sus inciertas prioridades de no darse cuenta de lo sucio que trae aroma de infeliz quemado el amarse?, ¿es traje que se quema por impulsar llamas de odio y despreciar con fuego doloroso?
¿Es en apreciar lo que no vale la pena?, ¿es lo que solamente es oro que no brilla?, pues si el codiciar es el auténtico amamantar de la orden inepta a la belleza Inculta de la humanidad, ¿a dónde vamos a ir a parar? 
Nos vamos a caer en el precipicio del abismo de la soledad, donde solo escapará huyendo el que se aisló del necio y pecaminoso viento de ver cuerpo y no aroma en aprecio al otro. 
Y cuando estén en lo alto acortarán sus alas, por estar inválidos del amor, y de saber que si no hay aprecio el ser en sí mismo, tan solo encuentra lo humano desolación. 

Autor: Miguel Ángel Pérez Salcedo 
Poeta Intemporal ©.

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